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El forastero que por primera vez visita la capital y no pocos de los que viven en ella, pasan las de Caín en búsqueda de una dirección, siempre que no se trate del centro de la ciudad donde todo le es familiar y en consecuencia se lo saben de memoria. Pero lárguese usted unos pasos hacia los suburbios, o los barrios donde cada quien le puso al lugar el nombre que le vino en ganas para que ría hasta más no poder, con los motes de ciertos lugares. Ejemplo: “Los Angelitos”.

A dos cuadras en dirección al poniente de la Plaza O’leari, está usted en “Los Angelitos” . Si es usted conocedor de la ciudad, va sin mayor preocupación por lo que respecta al motivo que dio lugar al nombre. En cambio los recién llegados, van a la misma dirección, con la mirada fija en los ángulos, deseosos de encontrar Angelitos o Querubines en algún lugar de las paredes, porque al decírseles que es allí donde no se sabe quién bautizó el sitio con el sobrenombre en cuestión, surge la curiosidad de saber en razón de qué.

Cuentan que, en aquel lugar de la ciudad, despoblado para el año del 1830, tenía el General Páez cierto interés en invadir un predio ajeno, cuyo dueño tenía fama de hombre de malas pulgas y nada escaso de valor para cobrar ofensas en su honor.

Eso lo sabía el Centauro de Las Queseras, pero como ante una mujer de esas que quitan el hipo, el miedo no existe y de manera especial cuando se tienen colaboradores para que despejen el campo, el General Páez iba de cuando en vez donde la dama, dejando, por si algo ocurría, a la entrada del callejón, a sus edecanes, veinte jinetes bien montados, armados hasta los dientes, con lanzas capaces de cortar un pelo en el aire o clavarse en cualquier lugar del cuerpo sin dificultades.

La presencia allí de aquellos guardianes capaces de hacerse matar en defensa de su jefe, motivó el que los bromistas, signasen la esquina con el nombre de Los Angelitos, que le quedaba como anillo al dedo.

Fue precisamente por eso por lo que la entrada al callejón perdió el nombre de Peníchez.